Borges tuvo dos amigos íntimos durante la mayor parte de su vida: los escritores
Adolfo Bioy Casares y
Manuel Peyrou. A Bioy Casares lo conoció en la casa de su también amiga
Victoria Ocampo, a Peyrou se lo presentaron en un bar alemán de la calle
Corrientes
cerca de Pueyrredón, en la década de 1920. La relación de amistad con
cada uno de ellos fue profundamente diferente. Con Bioy se trataba de
una amistad «a la inglesa», que excluía las confidencias; la que mantuvo
con el segundo, en cambio, incluyó las confesiones más íntimas y
personales. Cuando Borges necesitó la ayuda de un psiquiatra —así lo
reveló Estela Canto—, fue Peyrou quien se lo recomendó. Tras la muerte
de su amigo en 1974, Borges escribió un poema que lleva por título
Manuel Peyrou y que publicó luego en
Historia de la noche:
Suyo fue el ejercicio generoso
de la amistad genial. Era el hermano
a quien podemos, en la hora adversa,
confiarle todo o, sin decirle nada,
dejarle adivinar lo que no quiere
confesar el orgullo (...)
También cultivó la amistad del mexicano
Alfonso Reyes, a quien conoció a través de
Pedro Henríquez Ureña. Durante la etapa en que Reyes fue embajador en Buenos Aires (de
1927 a
1930)
se veían con frecuencia, primero en la villa de Victoria Ocampo y
después en las tertulias que el propio Reyes organizaba los domingos en
la sede diplomática. A Borges «sobre todo le subyugaba el refinado y
seductor estilo literario del escritor mexicano»,
107 hasta el punto de considerarlo «el mejor prosista de lengua española en cualquier época».
108 En su recuerdo escribió el poema
In memoriam.
109 Para algunos críticos, su cuento
Funes el memorioso sugiere un «velado reconocimiento y homenaje del ya maduro alumno a su evocado mentor».
107
Aparte de estos amigos muy cercanos —y de
Silvina Ocampo,
hermana de Victoria y mujer de Bioy—, que lo fueron desde el principio
de la década de los treinta hasta el fin, otros que giraron en la órbita
de ese grupo —en distintas épocas y por diversos espacios de tiempo—
fueron
Carlos Mastronardi,
Emma Risso Platero,
Francisco Luis Bernárdez,
Xul Solar,
Ernesto Sabato,
Enrique Amorim,
Ricardo Güiraldes,
Oliverio Girondo,
Norah Lange,
Elvira de Alvear,
Ulises Petit de Murat,
Santiago Dabove,
Alicia Jurado, Julio César Dabove,
Gloria Alcorta,
Estela Canto,
María Esther Vázquez,
Néstor Ibarra y
Héctor Germán Oesterheld.
Macedonio Fernández
no fue estrictamente amigo sino una especie de mentor de Borges, y
únicamente durante unos años, hasta que se distanciaron por razones
políticas. Curiosamente, Fernández se graduó de abogado en la
Universidad de Buenos Aires en 1897, junto a los padres de Borges y Peyrou.
110
Maurice Abramowicz,
es un abogado, escritor y poeta de origen judío-polaco. Borges lo
conoció en Ginebra en 1914, mientras estudiaba en el Collège Calvin. Dos
años menor que Borges, lo inició en la lectura de Rimbaud y mantuvo
correspondencia con él sobre temas literarios. En algunos relatos Borges
le atribuye comentarios o le dedica páginas.
José Bianco (1908-1986) fue un escritor y traductor argentino. Publicó, entre otras obras,
La pequeña Gyaros (cuentos, 1932),
Sombras suele vestir (1941) y
Las ratas (novela, 1941). Realizó excelentes traducciones, como
Otra vuelta de tuerca,
La lección del maestro,
La muerte del león y
Hermosas imágenes. Borges, fue su amigo personal y prologó diversas obras suyas y publicó, en 1944, una reseña de la novela
Las ratas en la prestigiosa revista Sur.
Susana Bombal fue una escritora argentina. Su amigo Borges, prologó su libro
Tres Domingos (1957) en donde expresa que «El método narrativo es el de
Virginia Woolf;
no recibimos los hechos directamente sino su reflejo en una conciencia y
la pasión o el pensamiento con los datos sensibles». En 1969 obtuvo el
Premio Municipal de Teatro Leído (
Green wings, una versión anterior de esta obra, escrita en inglés, había sido publicada por la editorial Losange en 1959).
El cuadro de Anneke Loos (cuentos, 1963) fue premiado por la Sociedad Argentina de Escritores con la Faja de Honor. Borges publicó en 1971
El arte de Susana Bombal, un ensayo sobre su obra aparecido en el diario La Nación
Obras
Jorge Luis Borges en 1976.
Si bien la poesía fue uno de los fundamentos del quehacer literario
de Borges, el ensayo y la narrativa fueron los géneros que le reportaron
el reconocimiento universal. Dotado de una vasta cultura, elaboró una
obra de gran solidez intelectual sobre el andamiaje de una prosa precisa
y austera, a través de la cual manifestó un irónico distanciamiento de
las cosas y su delicado lirismo. Sus estructuras narrativas alteran las
formas convencionales del tiempo y del espacio para crear mundos
alternativos de gran contenido simbólico, construidos a partir de
reflejos, inversiones y paralelismos. Los relatos de Borges toman la
forma de acertijos, o de potentes metáforas de trasfondo metafísico.
Borges, además, escribió guiones de cine y una considerable cantidad de
crítica
literaria y prólogos. Editó numerosas antologías y fue un prominente
traductor de inglés, francés y alemán (también tradujo obras del
anglosajón125 y del escandinavo antiguo)
126 Su ceguera influyó enormemente en su escritura posterior. Entre sus intereses intelectuales destacan la
mitología, la
matemática (véase también
Borges y la matemática), la
teología, la
filosofía
y, como integración de éstas, el sentido borgiano de la literatura como
recreación —todos estos temas son tratados unas veces como juego y
otras con la mayor seriedad—. Borges vivió la mayor parte del
siglo XX, por lo que vivió el período
modernista de la cultura y la literatura, especialmente el
simbolismo. Su ficción es profundamente erudita y siempre concisa.
127
Desde una perspectiva más histórica, la obra de Borges puede
dividirse en períodos. Una primera etapa inicial, vanguardista, acotada
entre los años
1923 y
1930.
Este período está caracterizado por la importancia fundamental del
poema, el verso libre y la proliferación metafórica (sobre todo la
proveniente de
Lugones), la apelación a un
neobarroco de raigambre española (
Quevedo,
en primer término) y cierto nacionalismo literario, que llega a
proclamar la independencia idiomática de Argentina, en textos luego
repudiados por el propio autor. A este período pertenecen los poemarios
Fervor de Buenos Aires,
Luna de enfrente y
Cuaderno San Martín, así como los ensayos de
Inquisiciones,
El tamaño de mi esperanza,
El idioma de los argentinos y
Evaristo Carriego.
A partir de 1930 la obra de Borges, durante unos treinta años, se
inclinará a la prosa y surgirá una doble vertiente de su tarea: el
ensayo breve, normalmente de lecturas literarias, y la llamada
«ficción», que no es estrictamente un cuento, aunque su trámite sea
narrativo y su convención de lectura sea la ficcional. En ella aparecen,
a menudo, escritores y libros apócrifos como Pierre Ménard y su
Quijote, o Herbert Quain. Apelando a citas deliberadamente erróneas en
sus meditaciones sobre la tradición literaria, Borges definía la tarea
del escritor como esencialmente falsificadora y desdibujaba toda
pretensión de originalidad y creación. La literatura era, según su
concepción, la infinita lectura de unos textos que surgen de otros y
remite a un texto original, perdido, inexistente o tachado. En otro
sentido, la obra ficcional borgiana se inclinó a temas recurrentes, como
son lo fantasmal de la vida, el combate singular como reconocimiento
del otro en el acto de darle muerte, el espejo como cifra de las
apariencias mundanas, la lejanía y la desdicha vinculadas con la
relación amorosa, o la busca del nombre de los nombres, el prohibido
nombre de Dios, donde se realicen las fantasías de perfecta adecuación
entre las palabras y las cosas. Estéticamente, en este segundo período
de su obra, Borges efectuó una crítica radical a sus años de
vanguardista. Se replegó hacia una actitud estética de apariencia
neoclásica, aunque en él pervivieran los tópicos del infinito y de lo
inefable, recogidos en sus juveniles frecuentaciones de
Schopenhauer
y de los poetas románticos alemanes. El afán de tersura en la
expresión, la relectura de los clásicos y su cita constante, la
concisión que exigen los géneros breves, son todos gestos de su
neoclasicismo en el que la razón intenta ordenar, jerarquizar y
clarificar hasta los límites admisibles de su poder sobre el lenguaje,
siempre resbaladizo, engañoso y ambiguo. Borges en esta etapa vuelve
sobre algunos episodios costumbristas de ambiente campesino o suburbial,
que había tratado en su juventud, como el duelo a cuchillo, para
repasarlos en un contexto de mitología universal. Así, sus gauchos y
compadritos de las orillas se entreverán con los héroes homéricos, los
teólogos medievales y los piratas del mar de la China. No son ya el
motivo de una exaltación peculiarista ni se los encara como emblemas de
un universo cultural castizo y cerrado, sino que se los relativiza en un
marco de ambiciones eclécticas y cosmopolitas. A este período,
prescindiendo de antologías y reelaboraciones, pertenecen los ensayos de
Discusión (1932),
Historia de la eternidad (1936) y
Otras Inquisiciones (1952); los relatos de
Historia universal de la infamia (1935), de
Ficciones (1944) y
El Aleph (1949), y un buen número de obras en colaboración con
Bioy Casares (
Seis problemas para don Isidro Parodi, 1942;
Dos fantasías memorables, 1946;
Un modelo para la muerte, 1946, y los guiones cinematográficos
Los Orilleros y
El paraíso de los creyentes, 1955, con
Delia Ingenieros (Antiguas
literaturas germánicas, 1951), con
Betina Edelberg (
Leopoldo Lugones, 1955) y con
Margarita Guerrero (
El Martín Fierro, 1953 y Manual
de zoología fantástica, 1957).
128
La mayoría de sus historias más populares abunda en la naturaleza del
tiempo, el
infinito, los
espejos,
laberintos,
la realidad y la identidad; mientras otras se centran en temas
fantásticos. El mismo Borges cuenta historias más o menos reales de la
vida sudamericana; historias de héroes populares, soldados,
gauchos, detectives y figuras históricas, mezclando la realidad con la fantasía y los hechos con la ficción.
128
Con un manejo inusual de las palabras, la obra borgiana impulsó una
renovación del lenguaje narrativo, resaltando la índole ficticia del
texto y amalgamando fuentes y culturas de índole diversa (europeas y
orientales, vanguardistas y clásicas) a través de la parodia y la
ironía. Sus textos surgen de otros textos previos, y suponen una
estrecha familiaridad con ellos. Las tramas se superponen a otras
tramas, cada párrafo es la variación de otra escritura o lectura
previas. Es difícil no descubrir algunas de sus claves; es casi
imposible descifrarlas todas. Su escritura rescata ideas y preguntas que
atraviesan el pensamiento occidental desde sus remotos orígenes y las
reformula, legándolas a la posteridad. No intenta seriamente solucionar
las contradicciones; prefiere resaltarlas, reordenándolas en paradojas, a
las que envuelve una y otra vez con diferente ropaje.
128
En sus páginas más características, propone un contexto lúdico y
desafía al lector a resolver un enigma. Como en un buen laberinto
policial, exhibe todas las pistas necesarias para deducir las
respuestas; entre esas pistas se destaca su propia biblioteca
clasificada y comentada. Hay una solución obvia que satisface al
detective chapucero, pero la verdadera clave está reservada para el
héroe. Cuál es el enigma y quién es en realidad ese héroe son también
parte del misterio. Abunda en referencias inexistentes disimuladas entre
un fárrago de citas eruditas. Hay frases copiadas traviesamente de
obras ajenas, guiños al iniciado, a sus amistades y a sí mismo. Sus
mejores cuentos acumulan múltiples significados, ordenados en capas que
se tornan alternativamente transparentes u opacas según el punto de
vista. El lector vislumbra un reflejo aquí y otro allá, de acuerdo a su
experiencia y a sus circunstancias; la comprensión completa, sin
embargo, nos está vedada. El único privilegiado es el tramoyista, el que
visualiza el universo cifrado, el que urdió la trama, ubicado en el
centro del laberinto, reflejado y multiplicado en sus propias palabras:
el mismísimo Jorge Luis Borges.
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Como afirmó
Octavio Paz,
Borges ofreció dádivas sacrificiales a dos deidades normalmente
contrapuestas: la sencillez y lo extraordinario. En muchos textos Borges
logró un maravilloso equilibrio entre ambas: lo natural que nos resulta
raro y lo extraño que nos es familiar. Tal proeza determinó el lugar
excepcional de Borges en la literatura.
133
En ese mismo sentido, Fritz Rufolf Fries sostuvo que Borges consiguió
formar su propia identidad en el espejo de los autores que él
interrogaba, mostrándonos lo insólito de lo ya conocido.
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