En Santiago de Guatemala hay una leyenda de un cura sin cabeza que se aparecía entre las ruinas de una iglesia destruida por el terremoto de San Miguel en 1717, y que su función sería la de guardar un tesoro oculto bajo el altar mayor del convento de Santa Clara. La leyenda dice que el fantasma repartía oro entre la gente pobre, y que solamente al recibir la dádiva, las personas se daban cuenta de que no tenía cabeza.
Las víctimas más frecuentes eran los arrieros. En sus largas travesías con sus recuas de mulas se lo encontraban en cualquier recodo del camino. Veían venir un fraile o cura, de sotana negra y estola blanca, de estatura alta, pero le faltaba la cabeza. El arriero detenía el paso. El espanto se iba acercando y cuando estaba a unos diez metros de distancia desaparecía. El arriero sentía un frío helado tratando de paralizarle. Luego continuaba su marcha y unos pasos más adelante miraba hacia atrás y esto lo dejaba perplejo, pues el cura había pasado y continuaba caminando. Otros dicen que el cura llevaba la cabeza debajo del brazo envuelta en unas hojas sanguinolentas y amarradas con bejucos recogidos en el bosque. En algunos pueblos llega hasta sus calles al amanecer cuando no hay luna, las recorre y luego desaparece, pero la persona que se lo encontrara, quedaba muda, se paralizaba por mucho tiempo.
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